30 de mayo de 2025

Foto :Naciones Unidas

Dachau, Palestina y la memoria que incomoda: reflexiones desde Alemania hasta Gaza

Un viaje a Dachau y una reflexión incómoda sobre el presente

Artículo de opinión de Gabriel Trejo

Magazine SLV. Opinión. En el año 2014 tuve la oportunidad de corresponder a la invitación de una amiga alemana y visitar ese país con un amigo común. Ya en el avión, propuse a mi acompañante mi intención de visitar Dachau, el campo de concentración nazi que estaba cerca de donde pernoctaríamos.

Foto: Naciones Unidas

Mi amigo, que no soporta ni las películas lacrimosas ni las novelas tristes, intentó convencerme de que habría sitios mejores que visitar, y que no era plato de gusto comprobar in situ la barbaridad que el ser humano es capaz de hacer a sus semejantes. Firme en mi propósito, negociamos las visitas y llegamos a un acuerdo: yo aguantaría estoicamente la visita al museo botánico, y él aparcaría sus fobias para acompañarme a Dachau.

El silencio incómodo del pasado y su eco en el presente. El día de la visita al campo, mi compañero estaba rezongón, pero cumplió su palabra. Tomamos el tren que recorre los trece kilómetros entre Múnich y el pueblo de Dachau. Lo primero que llama la atención al llegar es la escasez de carteles informativos sobre el campo, lo que te obliga a preguntar a los locales. Es entonces cuando notas que algo no va bien.

Al dirigirte a ellos en un inglés rudimentario, al descubrir que preguntas por Dachau, su sonrisa se hiela, y con un ademán —diría que hasta violento— te señalan el camino y se despiden bruscamente.

El sendero hacia el campo está flanqueado, a la izquierda, por viejos paneles con fotografías del desembarco de los judíos hacia su final. Las imágenes fueron tomadas exactamente en ese lugar. A la derecha, se alinean coquetos chalets, donde, al ser domingo, muchos de sus habitantes se entretenían en el jardín.

Cuando perdíamos el rastro de los paneles (deteriorados por el tiempo) y volvíamos a preguntar por el campo, la reacción era casi siempre de evasión o brusquedad: fingían no entendernos o cerraban la puerta. Algunos, simplemente, extendían el brazo y con un sonido gutural indicaban la dirección.

Tras la visita, pregunté a Julietta, nuestra anfitriona alemana, por la extraña actitud de la gente. Ella, sin profundizar, me dijo:

«El nazismo es una herida que Alemania todavía no tiene cicatrizada.«

De regreso a Madrid, investigué sobre Dachau. Descubrí que algunas de las casas junto al sendero de la muerte albergaban a vecinos que lanzaban excrementos y mondas de patata, escupían a los judíos, e incluso debían ser contenidos por los soldados. Pero también había quienes, con riesgo, introducían trozos de pan o chocolate entre la ropa de los prisioneros, o les ofrecían un vaso de agua.

Unos y otros eran alemanes.

Hoy, en Alemania, muchos se preguntan cómo pudieron permitir eso. La respuesta parece estar en la indiferencia general y en la aceptación del discurso oficial que presentaba al pueblo judío como una amenaza.

Saco a colación el caso de Dachau para hablar de los crímenes que se están cometiendo en Palestina. Sé que puedo ser tachado de antisemita, pero las mismas estrategias que se usaron para justificar la Shoá (nombre judío del Holocausto), son las que hoy se están utilizando para justificar la matanza de civiles en Gaza.

En Alemania, el exterminio se justificaba en nombre de la seguridad del pueblo ario. En Gaza, el gobierno israelí apela a la seguridad de Israel y a la necesidad de acabar con Hamás, confundiendo una organización terrorista con todo un pueblo.

No es el único paralelismo. Basta con observar el control de los medios de comunicación:

La política nazi en torno a la prensa se puede resumir en la idea del control total.

Desde el comienzo de la guerra con Hamás, la mayoría de la prensa israelí reproduce cada vez más la propaganda de las autoridades. Las voces críticas apenas se oyen. Solo se permite entrar en Gaza a periodistas “empotrados” en el ejército israelí.

La masacre —me resisto a llamarla guerra por la desproporción de fuerzas— ha dividido a la comunidad internacional. Algunos países apoyan firmemente a Israel, otros se posicionan de forma tibia con las víctimas, como ocurrió con la Alemania nazi, que fue tolerada por muchos hasta que se volvió incontrolable.

En España, ciertas opciones políticas apoyan a Israel argumentando que luchan contra el terrorismo de Hamás. Dichas afirmaciones resultan sonrojantes, pues sería como si España, tras sufrir a ETA, hubiera bombardeado desde Pancorbo hasta las costas cantábricas para erradicarla. No es antisemitismo, es una llamada a la memoria

No somos antisemitas por denunciar que el gobierno de Netanyahu sofoca la disidencia, justifica su violencia apelando a un supuesto bien supremo, y actúa con impunidad gracias a la tibieza internacional. Son los mismos parámetros que permitieron el auge del nazismo.

Nuestro grito de protesta pretende situarnos del lado correcto de la historia, cuando dentro de años volvamos a hacernos la misma pregunta:

¿Por qué permitimos eso?

Gabriel Trejo González, Licenciado en Historia por la UAM; experto Universitario en Criminología por la UNED, ex- inspector jefe de policía local, profesor acreditado de seguridad privada y de varias academias de policía. Ha impartido varias conferencias sobre los grupos ultras en las universidades públicas de Madrid y Navarra, sobre grupos ultras y violencia urbana, especializándose en el conflicto social y sus consecuencias, experto en violencia urbana.