Siete de julio 🔻. Texto recuperado del año 2020 en pandemia, en el que no hubo encierros. Este año tampoco podré correr. Artículo de Esteban Cano
Magazine SLV. Opinión. Ayer fue un día raro, no tuve que darme un madrugón para evitar que los municipales me impidieran entrar al recorrido del encierro. Hay que llegar con mucho tiempo de antelación, un tiempo que se hace eterno, y que empleas en comprar el periódico en la librería de Santo Domingo para comentarlo con otros corredores habituales que tienen la misma inquietud e incertidumbre por los minutos que se sucederán a las ocho en punto de la mañana. A algunos ya los había saludado el día anterior, con los otros, te fundes en un emotivo abrazo que sirve para reconfortar los ánimos.

El vínculo con otros corredores, que has conocido durante el transcurso de tantos años en esas circunstancias, añade un plus de fraternidad a la amistad.
Cuando la carrera ha comenzado, en ese continuo mirar hacia atrás y hacia adelante, las sensaciones no son las mismas si las caras de quienes te rodean son de desconocidos o si pertenecen a corredores habituales que, de algún modo, sabes que no van a hacer movimientos extraños: cruces inoportunos, empujones o tirones desmedidos sin motivo, imprudencias en definitiva. Piensas en ello durante la espera, mientras ves pasar a corredores de otros tramos; bajan a cantar al santo que ya está en su hornacina para pedir la protección de su capotico antes de volver al sitio donde correrán tras el segundo canto que se produce cuando faltan tres minutos para las ocho. Es el momento de bajar hasta donde se coloca la barrera de municipales.
—¿Vamos? —Vamos. La complicidad con los más íntimos hace que sean innecesarias más palabras. Un saludo con Antonio,
— ¡Hasta mañana!— nos dice; nunca «hasta luego»; aunque puede que almuerces con él después si no ha habido incidentes de gravedad. Es el médico que atiende a los heridos que se producen durante la carrera. Un poco más abajo, quien nos desea suerte es Belén, la muchacha de La Jarana que sostiene el cartel con la letra del canto a San Fermín, en castellano y euskera, como si se tratara de un karaoke.
Tras el último canto pidiendo la protección del santo moreno, ya solo queda tiempo para las últimas palmadas de ánimo, las miradas se cruzan con las de otras caras conocidas sin necesidad de pronunciar una palabra más. El sonido del cohete rompe el tiempo. Ya salen. El griterío se mezcla con el ruido de los cencerros de los mansos y las pisadas de las pezuñas de los toros: ¡VAMOS, VAMOS, CORRED, CORRED; NO OS PARÉIS; TORO POR LA DERECHA; VENGA, VENGA; QUE NADIE SE PARE; TIRA, TIRA; VAMOS, VAMOS!». Las miradas adelante y atrás, los toques, los gritos, todo resuena entre las angostas paredes del tubo de Santo Domingo cuando pasas bajo la hornacina. Dejas que te alcancen, aguantas, lo que puedes, un poco más, un poco más; hasta que picas el ticket de salida y te pegas a la pared para ver pasar la película.
Al terminar, buscas a los tuyos: que estemos todos bien, que la Parca no se haya encaprichado de nadie, que podamos almorzar todos juntos con Antonio, que es a lo que hemos venido.
Mañana otra vez.
Y aquí estamos hoy de nuevo: ocho de julio.
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