Artículo de opinión de Gabriel Trejo
Magazine SLV. Sociedad. El 26 de julio de 2025 se celebró el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Don Antonio Machado, el poeta que junto a Federico García Lorca reinan en el parnaso de la poesía española de los últimos siglos.

Dicha afirmación, por rotunda y desmedida, será motivo de alguna socarronería de un catedrático de literatura amigo que domina tanto la lírica menor como la mayor. Y razón tendrá, porque es mucho decir en un país que ha tenido un Siglo de oro y abundan los excelsos que con pluma en mano han alcanzado las cumbres del lirismo y la perfección: Lope, Calderón, Cernuda, Miguel Hernández, etc, etc. pero cada uno tiene sus pasiones y debilidades, y la mía se agarra a Soria y a Campos de Castilla.
Don Antonio, y váyanse acostumbrando porque no pienso apearme del tratamiento, engendra una poesía honda, profunda, extraída de la contemplación de una tierra castellana que descubre junto a los años más felices de su vida, los que pasó con su Leonor, su esposa adolescente, y cuya muerte da lugar a una de las estrofas más bellas y líricas de su obra:
«Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.»
La obra poética de Don Antonio va muy acorde al carácter del poeta:
Reflexiva: “Converso con el hombre que va conmigo” Campos de Castilla
Íntima: ”He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas, he navegado en cien mares y atracado en cien riberas”. Soledades
Profunda: Dios, la existencia, la muerte, son temas que abordaba con profundidad.
Si Federico era la alegría, la chispa, el colorido, el vendaval cuya presencia siempre se hacía notar, Don Antonio era la humildad, la sobriedad; lo majestuoso como los altos serrijones que adornan sus poesías. La profundidad que pretende alumbrar una nueva primavera a la poesía española:
“Más no amo los afeites de la nueva cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay trinar” Campos de Castilla.
Pero no es mi intención desmenuzar la obra poética de Don Antonio, sobre todo porque los errores que mi torpeza e ignorancia me harían cometer sonrojarían a cualquiera. De lo que quiero hablar es de la persona, de la forma de ver la vida, de su comportamiento hacia los demás.
En un mundo como el actual, donde la frivolidad, el histrionismo, la falta de bondad hacia nuestras semejantes es la norma de comportamiento, Don Antonio debía servirnos de referencia del comportamiento humano. Era un ejemplo de un hombre bueno en el amplio sentido de la palabra, y ahí es donde quiero profundizar para recordar al poeta. En su bondad infinita que le impedía suspender a sus alumnos, a los que calificaba en los exámenes con sobresaliente, aprobado, aprobadillo y aprobadejo. En su compromiso político, en su solidaridad frente a los que más la necesitaban.
Los que tuvieron el placer de compartir aulas con el poeta le recuerdan con cariño, pero no por el aprobado general que aplicaba generalmente, sino por su personalidad:
“Era un hombre bueno. Tenía un método muy moderno. El método que él había aprendido en la Institución Libre de Enseñanza: el diálogo con los alumnos. Era el arte de partear los espíritus, el arte socrático…los alumnos le respetábamos entrañablemente por el prestigio que tenía…” (Gervasio Manríquez Hernández, exalumno suyo en Soria )«
Los sorianos de la época, muy críticos con Don Antonio en su momento por su boda con una adolescente, cambiaron su parecer sobre el poeta cuando le vieron empujar con ternura la silla que llevaba a una Leonor enferma grave de tuberculosis. Leonor había sufrido los primeros síntomas un catorce de julio en París, donde se encontraban la pareja disfrutando de una beca de ampliación de estudios. El poeta no dudó en abandonar los estudios y la subvención económica que lo sustentaba para seguir los consejos de los médicos que le indicaron que París no era la ciudad indicada para que Leonor se restableciera. Para su vuelta, el poeta tuvo que pedir prestado trescientos cincuenta francos a Rubén Darío, por aquellas épocas un poeta consagrado y con recursos.
Tras la muerte de su mujer, el poeta, roto el corazón, no soporta más vivir en una Soria que cada esquina le recuerda a su amada y parte para Baeza, su “rincón moro”, donde pasa los siguientes siete años. La ciudad andaluza en aquellos momentos es un páramo cultural: “Esta tierra es casi analfabeta. Soria es Atenas comparada con esta ciudad donde ni aun periódicos se leen. “. Este ambiente termina asfixiando a Don Antonio, que busca plaza de profesor en Madrid y termina consiguiéndola en 1932.
Don Antonio fue un hombre comprometido política y socialmente: en Segovia dio clases gratuitas en la universidad popular de francés y literatura española por la noche. Pero su compromiso, siendo ferviente, se alejaba de los dogmatismos: “yo no soy marxista”. Al igual que rehuía de la intolerancia que se iba apoderando de España en aquellos momentos, señalando la barbarie como uno de los problemas del país: “la escasa fantasía del hombre para imaginarse la barbarie de la guerra (…) la insolidaridad (…) el egocentrismo y el olvido del amor fraterno”, son para el autor los problemas que aquejan a España. Una España que preocupa al poeta:
«Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda
La malherida España, de carnaval vestida
Nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
Para que no acertara la mano con la herida»
Su compromiso político le hizo firmar todos los manifiestos que se hicieron en la época contra el fascismo y la Alemania nazi, y al llegar la guerra civil no duda en poner su pluma al servicio de la legalidad republicana. Firma el manifiesto de apoyo al gobierno con otros intelectuales, algunos de los cuales luego se desdijeron como Ortega o se declararon antirrepublicanos como el caso de Gregorio Marañón, desafecciones estas que dolieron a Don Antonio por el afecto que les profesaba.
No pensó Don Antonio que la república, con más recursos militares, no pudiese acabar con la conjura de aquellos militares que nunca habían ganado una guerra, salvo las que hacían contra su pueblo, pero en eso erró el poeta. La república acabó perdiendo la batalla contra el fascismo y Don Antonio y sus familiares, señalados claramente como republicanos, tuvieron que abandonar el país.
Los últimos días de vida fueron un calvario. Don Antonio fue una de las personalidades que el gobierno prestó un coche para abandonar España. Tras un breve paso por Barcelona y Girona, Don Antonio cruzó a pie bajo una gélida lluvia los seiscientos metros que le separaban de Francia. Allí, en una pensión de tercera y acabó sus días un buen hombre y un gran poeta. Dignémonos en honrar su memoria.
Gabriel Trejo González, Licenciado en Historia por la UAM; experto Universitario en Criminología por la UNED, ex- inspector jefe de policía local, profesor acreditado de seguridad privada y de varias academias de policía. Ha impartido varias conferencias sobre los grupos ultras en las universidades públicas de Madrid y Navarra, sobre grupos ultras y violencia urbana, especializándose en el conflicto social y sus consecuencias, experto en violencia urbana.
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